¿Qué significa el “Poder de los Soviets”?

Ahora bien, ¿qué significa el “Poder de los Soviets”?, ¿en qué se diferencia de cualquier otro Poder?

Se dice que entregar el Poder a los Soviets significa formar un gobierno democrático “homogéneo”, organizar un nuevo “gabinete” con ministros “socialistas” y, en general, llevar a cabo “serios cambios” en la composición del Gobierno Provisional. Pero tal opinión es errónea. No se trata en absoluto de sustituir unas personas por otras en el Gobierno Provisional. Se trata de qué clases nuevas, las clases revolucionarias, pasen a ser las dueñas de la situación en el país. Se trata del paso del Poder al proletariado y al campesinado revolucionario. Mas, para ello, dista mucho de ser suficiente el simple cambio de gobierno. Para esto es necesario, ante todo, efectuar una depuración radical en todos los ministerios e instituciones oficiales, expulsar de todas partes a los kornilovistas y colocar por doquier a obreros y campesinos fieles. Sólo entonces y sólo en tal caso se podrá hablar del paso del Poder a los Soviets “en la capital y en provincias”.

[…]

El Poder a los Soviets significa una depuración radical de todas las instituciones oficiales en la retaguardia y en el frente, de abajo arriba.

El Poder a los Soviets significa la elegibilidad y la amovilidad de todos los “jefes” en la retaguardia y en el frente.

El Poder a los Soviets significa la elegibilidad y la amovilidad de los “representantes del Poder” en la ciudad y en el campo, en el ejército y en la marina, en los “ministerios” y en los “establecimientos”, en los ferrocarriles y en correos y telégrafos.

El Poder a los Soviets significa la dictadura del proletariado y del campesinado revolucionario.

Esta dictadura difiere radicalmente de la dictadura de la burguesía imperialista, de esa misma dictadura que no hace mucho tiempo trataron de implantar Kornílov y Miliukov con la benévola participación de Kerenski y Teréschenko.

La dictadura del proletariado y del campesinado revolucionario es la dictadura de la mayoría trabajadora sobre la minoría explotadora, sobre los terratenientes y los capitalistas, sobre los especuladores y los banqueros, la dictadura en nombre de una paz democrática, en nombre del control obrero de la producción y la distribución, en nombre de la tierra para los campesinos, en nombre del pan para el pueblo.

La dictadura del proletariado y del campesinado revolucionario es una dictadura abierta, de masas, ejercida ante los ojos de todo el mundo, sin complots y sin actuación secreta, pues tal dictadura no tiene por qué ocultar que será implacable con los capitalistas lockoutistas, que agravan el desempleo mediante diversas “descongestiones”, y con los banqueros especuladores, que suben los precios de las subsistencias y originan el hambre.

La dictadura del proletariado y del campesinado es una dictadura sin violencia sobre las masas, una dictadura por la voluntad de las masas, una dictadura para reprimir la voluntad de los enemigos de esas masas.

Tal es la esencia de clase de la consigna “¡Todo el Poder a los Soviets!”.

Stalin. Obras Completas, t. 3, pág 158-159.

Acerca del “izquierdismo” de la “Revolución Cultural China” frente a la herencia cultural

A finales de 1965 y comienzos de 1966 los dirigentes del PCCh proclamaron con gran estruendo los lineamientos generales de la «Gran Revolución Cultural Proletaria» (GRCPCh). Ésta desde un primer momento fue interpretada -como señalara Hoxha en su tiempo- desde diferentes posiciones, respondiendo, por lo tanto, a diferentes intereses.

El texto que ofrecemos a continuación es un apartado escrito por E. Báler, perteneciente al libro Crítica de las concepciones teóricas de Mao Tse-tung en el que se critica uno de los aspectos de la GRCPCh que más polémicas genera; a saber: la actitud nihilista, de «izquierda» que adoptó la GRCPCh frente a la herencia cultural del pasado.

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La revolución cultural y la herencia cultural

El problema de la continuidad siempre fue un problema actual para la humanidad. Si intentáramos imaginar los aspectos más generales de la dialéctica del desarrollo de la sociedad descubriríamos la unidad contradictoria de dos momentos ligados mutuamente. De una parte, cada nueva generación nunca empieza de la nada, sino que asimila aquellos valores culturales (materiales y espirituales) que fueron atesorados por generaciones anteriores. Extrayendo de los valores culturales de épocas pretéritas la energía creadora del pensamiento y el trabajo humano en ellos concentrada, las personas tienen posibilidad de transformarla en su patrimonio de hoy. Por otro lado, los valores materiales y espirituales de épocas pasadas asimilados son para quienes los dominan sólo un “material en bruto para la nueva producción” (Marx), para la producción de nuevos valores y, por consiguiente, para nuevos arranques en el futuro.

Por esta causa, la cultura de cada formación nueva se encuentra necesariamente ligada con todo el conjunto de relaciones de la producción espiritual, distribución, cambio y consumo, anteriormente surgidas. Sirve de base objetiva para este vínculo hereditario el desarrollo de la producción material, ya que, en definitiva, los cambios de la producción espiritual se determinan por los cambios que se operan en la esfera del modo de vida social. Pero siendo determinada por la producción y reproducción de la vida real, la cultura espiritual, al mismo tiempo, siempre depende en su desarrollo tanto de las relaciones anteriormente surgidas de la misma producción espiritual como de los resultados ya existentes de la actividad espiritual anterior de la humanidad, que subsisten bajo el aspecto de un complejo determinado de valores culturales.

[…]

El problema de la asimilación de la herencia cultural adquiere objetivamente gran trascendencia hoy debido al crecimiento rápido, incesante e inusitado del volumen de información acumulado por la humanidad durante la impetuosa revolución científico-técnica del siglo XX. Al mismo tiempo, hay también causas de orden subjetivo que exigen proseguir investigando profundamente los problemas de la continuidad en el desarrollo de la cultura de la sociedad socialista. Señalaremos sólo dos de ellas: a) los intentos de los revisionistas actuales de derecha y de “izquierda” de someter a revisión los principios marxistas fundamentales respecto a la herencia cultural; b) el nuevo torrente de acusaciones que parte del campo del anticomunismo contra los marxistas leninistas, a quienes se acusa de negar de manera nihilista la cultura de épocas pasadas (con la particularidad de que la activación de la labor de los anticomunistas en esta dirección está ligada en gran medida, precisamente, a la actitud antileninista de los maoístas respecto a la herencia cultural).

[…] Una de las enseñanzas más importantes que se derivan del análisis de la actuación de los partidos comunistas en la puesta en práctica del plan leninista de la revolución cultural reside en que la realización de este plan hubiera sido imposible sin la lucha en dos frentes de los marxistas leninistas: tanto contra las tentativas de la aceptación total e incondicional de toda la cultura anterior como contra los intentos de su negación global.

Vladímir Ilich Lenin destacaba incesantemente que en la sociedad burguesa, desgarrada por los antagonismos de clase, no existe ni puede existir ninguna ideología al margen de las clases y, por consiguiente, tampoco puede haber una cultura por encima de las clases. Criticó a los “filósofos acéfalos” que negaban el partidismo de la filosofía, estigmatizó a los “sabios recaderos de la clase capitalista”, defendió la tesis sobre el partidismo de la literatura y del arte, etc. Lenin enseñó que el proletariado no puede aceptar incondicionalmente la vieja cultura, que adoptar semejante posición equivaldría a perder el criterio clasista en la apreciación de la herencia cultural. Estos pensamientos leninistas tienen un significado concreto también hoy en la lucha contra el revisionismo moderno, que exhorta a la “desídeologización de la cultura” y a la “síntesis pacífica» de las culturas socialista y burguesa (H. Lefebvre, E. Fischer y otros). Pero, al mismo tiempo que luchaban contra la actitud oportunista de derecha respecto a la herencia cultural, los marxistas leninistas hicieron siempre frente a cualquier manifestación oportunista de izquierda o anarquista hacia la herencia cultural.

La revolución cultural no tiene nada en común con la actitud nihilista hacia las conquistas de la cultura mundial, con la negación primitiva de la herencia cultural tanto de su propio pueblo como de los pueblos de otros países.

En sus trabajos y en numerosos discursos Lenin no dejó piedra sobre piedra de enjuiciamientos ultraizquierdistas del tipo de la “ciencia burguesa, hostil por su carácter clasista al proletariado”, de “todo el arte burgués es un producto del régimen explotador, ajeno al proletariado», etc. La cultura socialista, enseñaba el jefe del proletariado, no puede surgir de «la nada”, “no ha caído del cielo”, sino que su aparición fue preparada por toda la historia de muchos siglos de la sociedad humana. De ahí que Lenin llegara a la conclusión de que “hace falta recoger toda la cultura legada por el capitalismo y construir el socialismo con ella” (1), y que “No es posible construir el socialismo sin utilizar la herencia de la cultura capitalista” (2).

Estas indicaciones de Lenin tienen trascendencia particular para la apreciación de principios de la «plataforma” ideológica y la práctica nihilista de la llamada gran revolución cultural proletaria en China.

Los ideólogos de la “revolución cultural” en China declaran que el proletariado debe acabar con toda la “vieja cultura”, como cultura “feudal” y «burguesa”. El 13 de abril de 1966 el periódico Jiefangjun Bao, órgano del Ejército Popular de Liberación de China, publicó un editorial titulado Mantener en alto la gran bandera roja de las ideas de Mao Tse-tung, participar activamente en la gran revolución cultural y socialista. Este artículo, que marcó la pauta en la campaña ideológica y que fue reproducido por todos los periódicos centrales de China, incluida la revista Hung chi, aportaba la “base teórica” a los llamamientos nihilistas: “La revolución socialista lleva implícitas la destrucción y la creación. Sin la destrucción completa no puede haber tampoco creación completa”. Esta fue una de las consignas centrales en el desencadenamiento de la cruzada contra la cultura. Así, por ejemplo, en el comunicado de la agencia Hsinhua del 11 de junio de 1966 se afirmaba que la “revolución proletaria exige el desmantelamiento definitivo de la podrida y vieja cultura burguesa y feudal y la creación de otra cultura totalmente nueva, socialista”, planteando la exigencia de “luchar por la total liquidación de la vieja cultura”.

¿De qué forma los líderes de la “revolución cultural” en China llegaron a estas monstruosas ideas, que no sólo no tienen nada en común con el marxismo leninismo, sino que son totalmente opuestas a las concepciones de Marx, Engels y Lenin? A esta pregunta es imposible responder si no se exponen antes todos los vínculos existentes entre algunas concepciones teóricas de Mao Tse-tung y la práctica de la “gran revolución cultural proletaria”.

Ya antes de la victoria de la revolución en China, en toda una serie de discursos y particularmente en sus intervenciones en la conferencia sobre problemas de la literatura y el arte en Yenan (mayo de 1942), Mao Tse-tung afirmó que la “tarea fundamental de las personalidades de la literatura y el arte revolucionarios” consiste en “desenmascarar a todas las fuerzas tenebrosas que hacen daño a las masas populares…” (3) y subrayó que la revolución sólo necesita “obras que glorifiquen los aspectos luminosos del proletariado» y que “resalten… los aspectos oscuros” de la burguesía (4). De ahí se sacaba la conclusión: “La vida, reflejada en las obras de la literatura y el arte, puede y debe mostrarse con un aspecto más elevado, diáfano, concentrado, típico e ideal… que la realidad cotidiana” (5).

Al determinar de manera tan utilitaria el contenido del arte socialista, las tareas que tiene planteadas y la línea del partido respecto a él, Mao Tse-tung llegó a una solución estrecha del problema de la forma artística de las obras de la literatura y el arte, subrayando que los obreros y los campesinos sólo precisan el arte que “comprenden con facilidad” (6). Precisamente esta interpretación primitiva, en esencia idealista, de las cuestiones cardinales estéticas que, en realidad, no es otra cosa que la vulgarización y revisión de los principios fundamentales de la estética marxista leninista, encontró su expresión práctica en la línea política de los dirigentes del PCCh como “base teórica” de la “gran revolución cultural”. Consecuencia directa de este planteamiento teórico fue, en parte, la actitud con toda la herencia artística del pueblo chino, como hacia algo antipopular, característico de su minoría explotadora y, por ende, ajeno a la revolución por su contenido y forma.

Mao Tse-tung afirmó que toda la cultura en la China prerrevolucionaria constaba de dos partes: de la cultura china semifeudal, propiamente dicha, de un lado, y de la cultura aportada de fuera, de la cultura “imperialista”, de otro (7). “Por esta causa, el pueblo chino tuvo que sentir odio tanto respecto a la tradicional ‘cultura de los mandarines’ como a la ‘cultura imperialista’ como ‘cuerpo extraño'». “Todo esto es una inmundicia, decía, que se debe limpiar por completo” (8). De estos enunciados dimanaba directamente la conclusión sobre la necesidad de liquidar toda la cultura precedente, como cultura “explotadora”. A esta misma conclusión llegaron los líderes de la “gran revolución cultural proletaria”: “Debemos desarraigar con energía la vieja ideología, la vieja cultura, los viejos hábitos y las viejas costumbres de todas las clases explotadora” (9).

De cómo deben entenderse estos planteamientos nihilistas aplicados a la cultura lo explicaron en forma inequívoca Chou En-Lai, Chen Yi y Lin Piao. El 17 de junio de 1966, Chou En-Lai declaró que la tradicional cultura china, creada en los últimos millares de años, “envenena la conciencia de las personas”, mientras que Chen Yi en el mitin del 21 de junio del mismo año afirmó que “la cultura [¡toda la cultura! – E. B.] y los hábitos tradicionales atrofian el talento del pueblo y por eso hay que rechazarlos [¡!] por completo y aniquilar su influencia» (10). Hablando en nombre de Mao Tse-tung en el mitin de los escolares y maestros revolucionarios el 31 de agosto de 1966, Lin Piao llamó a «… barrer la vieja cultura”.

No viendo en la actividad creadora de las personalidades destacadas de la cultura de épocas pasadas nada más que una “esencia explotadora”, los líderes chinos emprendieron la cruzada también contra las culturas nacional y mundial. El primer golpe fue descargado sobre los clásicos de la literatura y el arte chinos: Li Po, Tu Fu, Tao Yuan-ming, Kuang Hanching, Pu Sung-ling y otros. He aquí, por ejemplo, cómo apreciaba el periódico Guangming Ribao la novela clásica (siglo XVIII) Sueño en el térem rojo, de Ts’ao Hsiue-ch’in: “A decir verdad, lo que Ts’ao Hsiue-ch’in consideraba bello, es lo que desde nuestro punto de vista contemporáneo ya hace mucho caducó […] Los métodos de lucha contra la moral feudal de Chia Pao-Yü y Lin Tai-Yü [los protagonistas principales de la novela. –  E. B.], sus ideales de vida, la esencia de su amor, etc., todo eso lo cubre una gruesa capa de barniz explotador, de clase…”

Últimamente desaparecieron de las páginas de los periódicos y revistas literarios chinos los comentarios positivos sobre las obras clásicas del arte tradicional: de las óperas pequinesas, Shaohsing, Kunming y otras óperas nacionales del país. Acusando de “parcialidad con el arte antiguo” a muchos dramaturgos, compositores modernos, etc., los dirigentes del PCCh exhortan a desistir totalmente de la ópera clásica, declarando que “si la ópera pequinesa no se extingue dentro de 40 años, desaparecerá forzosamente dentro de 60 años”. Si tal es la actitud de los maoístas respecto a la propia cultura tradicional china, no debe extrañar en lo más mínimo que sea matizada la herencia clásica cultural de otros pueblos.

De hecho, todos los clásicos de la literatura y el arte mundial fueron censurados. Por ejemplo, los críticos oficiales chinos censuraron prácticamente la creación de Shakespeare, declarando que sus obras “pertenecen a la ideología de las clases explotadoras, que son antagónicas con la ideología del proletariado, razón por la cual si se permite que las difundan libremente sin someterlas a una rigurosa crítica pueden ejercer una influencia dañina extrema sobre el lector contemporáneo”. «Si examinamos las piezas teatrales de Shakespeare desde el punto de vista actual veremos que son radicalmente contrarias al colectivismo socialista” —leemos en Guangming Ribao.

“Ensalzaba la teoría reaccionaria del humanismo…” —dice el mismo Guangming Ribao, al referirse a Balzac. O este otro juicio del mismo periódico: «Para edificar una vida hermosa no debemos inspirarnos en las obras de Stendhal… Él y nosotros, prácticamente, seguimos caminos diferentes,… no podemos evitar apartamos ideológicamente de él”. En la categoría de “hierbas venenosas» algunos órganos de la prensa China incluyeron también la Divina Comedia, de Dante; Las desventuras del joven Werther, de Goethe, y las obras de Rabelais, Hugo y Maupassant.

En China afirman, con toda seriedad, que las obras de Mozart, Beethoven, Schumann, Schubert, Chopin, Glinka y Chaikovski “sólo reflejan sufrimientos y romanticismo de intelectuales solitarios» (11). Guangming Ribao opina que la ópera Carmen, de Bizet, no es más que “una reventa entre los espectadores de mercancías como la emancipación burguesa de la personalidad, el culto al sexo y al individualismo” (12). ¿Qué valor tiene la opinión de ese mismo periódico sobre el ballet clásico? Este ballet, dice, “predica la reconciliación de las clases, la teoría burguesa del humanismo y corrompe a la juventud» (13). Vean cómo apreció la revista Hung chi (febrero de 1970) la nueva presentación de El lago de los cisnes en el Teatro Bolshoi: “El genio maligno salta por el escenario, lo aplasta todo. ¡Los diablos son los protagonistas principales! […] ¡He aquí un verdadero cuadro siniestro de restauración del capitalismo en el escenario!”

Cayeron bajo el fuego de la crítica todos los clásicos de la literatura rusa, comenzado por A. Pushkin, M. Lérmontov y N. Gógol y terminando por L. Tolstoi y A. Chéjov. En las obras El maestro de postas, de Pushkin; Bela, de Lérmontov; La víspera, de Turguéniev, y Oblómov, de Goncharov, los críticos chinos no encontraron nada, excepto “un deleitarse con el modo de vida en descomposición de los terratenientes y aristócratas». En las novelas Resurrección y Ana Karénina, de L. Tolstoi y en Memorias de un cazador, de I. Turguéniev, advirtieron… “una concepción revisionista del mundo”. Denunciando al destacado escritor chino Shao Ch’uan-lin de “degradación política”, la revista Wenyi Pao lo acusó de “prosternación ante Occidente”, sumisión expresada en que dicho escritor había traducido al chino la novela Humillados y ofendidos, de F. Dostoievski (14). Ouyang Shan, otro conocido literato chino, fue vilipendiado por «prosternarse ante Chéjov”. En toda una serie de periódicos chinos se publicaron artículos difamatorios contra los «‘críticos literarios burgueses rusos” Belinski, Dobroliúbov y Chernichevski.

Intentando “argumentar teóricamente” de alguna manera su posición nihilista respecto a los clásicos de la literatura mundial, los críticos literarios chinos hicieron la risible afirmación de que el reconocimiento del vínculo de la continuidad entre la obra literaria socialista y la literatura y el arte del realismo crítico es “la negación del espíritu innovador de la literatura y el arte socialistas”. Para convencer a sus lectores de que esta afirmación, a todas luces opuesta al punto de vista leninista, armoniza con los principios del marxismo leninismo, a los “teóricos” chinos les importó un bledo falsificar las concepciones de M. Gorki, el fundador de la literatura del realismo socialista. Así vemos que en un artículo publicado en Renmin Ribao se afirmaba lo siguiente: “Gorki denominaba al realismo crítico realismo de los ociosos burgueses” (15). Esto no es más que un falseamiento flagrante del punto de vista de Gorki y solamente posible cuando el lector conoce insuficientemente el original del artículo de Gorki al que se hace referencia. Es de todos sabido que este último siempre sintió gran respeto por los literatos del realismo crítico, a quienes llamó «hijos pródigos» de su clase, es decir, subrayaba que, dominando sus simpatías y antipatías de clase, te elevaban por encima de éstas y expresaban en gran medida el ánimo de las masas.

Menos concretamente, pero, de todas formas, con un fin bastante determinado aprecia la prensa oficial china la herencia científica, negando el contenido objetivo de la ciencia y declarando todos los logros científicos de épocas pasadas «extraños por su carácter clasista” al proletariado y a la revolución. Por ejemplo, en el artículo Refutación de la consigna «ante la verdad son todos iguales», el periódico Guangming Ribao decía: “¿Pueden acaso ser ‘todos iguales’ ante la verdad? Nosotros contestamos así: ¡No pueden serlo!; ¡No pueden serlo! ¡No pueden serlo! La verdad tiene una esencia de clase” (16).

El periódico Renmin Ribao publicó una carta de siete estudiantes de la Universidad Popular China, dirigida al CC y al presidente Mao, exigiendo “destruir con decisión, definitivamente y con rapidez todo el antiguo sistema de instrucción y abrir un fuego cerrado contra los señores ‘prestigios’ burgueses” (17). En esta carta, de la que, se hicieron eco los estudiantes y profesores de otros muchos centros de enseñanza superior chinos, se ridiculizaba el antiguo sistema de enseñanza, que hacía “hincapié en los llamados conocimientos sistemáticos”, se afirmaba que “cuanto más estudien los alumnos, tanto más confusas serán sus ideas” y se presuponía abolir los “viejos títulos y grados burgueses” y el “sistema burgués de matrícula y preparación de posgraduados”, etcétera.

El periódico Renmin Ribao caracterizó esta carta como un “ejemplo de audacia y de atrevimiento”.

Después de prohibir por resolución del CC del PCCh y del Consejo Estatal los exámenes de ingreso en los institutos de enseñanza superior y de declarar que la preocupación del profesorado por la buena asimilación de las disciplinas es “una negra línea burguesa revisionista”, los dirigentes del PCCh exhortaron a “enterrar todos los antiguos manuales de estudio” (es decir, los publicados hasta 1966) y asegurar la realización del nuevo plan docente, según el cual las escuelas primarias completas “estudian las citas de los trabajos del presidente Mao y tres de sus artículos”, las escuelas medias, la compilación de obras escogidas de Mao Tse-tung y otros artículos suyos, y los centros de enseñanza superior, las Obras escogidas de Mao Tse-tung.

Los enunciados teóricos de los ideólogos de la “revolución cultural”, que levantan una nueva muralla china entre la cultura nacional y la “cultura extranjera”, enunciados en extremos nefastos, están en franca contradicción con toda la línea ideológica y la práctica revolucionaria del marxismo leninismo y, por cierto, con los acuerdos del VIII Congreso del PCCh, cuya resolución sobre la gestión del CC decía: «… es preciso heredar y aceptar todo lo que hay de útil en la antigua cultura nacional y en la cultura de otros países; además, con ayuda de las conquistas de la ciencia y la cultura contemporáneas, debemos poner orden en todo lo mejor que existe en la herencia cultural de nuestro país y hacer esfuerzos para crear una cultura nacional nueva, socialista”.

A las digresiones primitivas e «izquierdistas” acerca de la inadmisibilidad de la cultura espiritual de épocas pretéritas para la revolución proletaria triunfante, el marxismo leninismo contrapone un enfoque auténticamente clasista y rigurosamente científico respecto a la herencia cultural, enfoque que presupone, en primer lugar, hacer un análisis histórico concreto de los valores culturales de las épocas anteriores. Por cuanto en determinadas fases del desarrollo histórico precisamente en los primeros tiempos de la existencia de tal o cual formación antagónica, las relaciones de producción a ella inherentes desempeñan un papel progresista, la clase que “rige” estas relaciones de producción, la clase dominante, actúa como fuerza progresista del proceso cultural histórico. Por esta misma causa, la cultura de la clase dominante no es siempre del todo reaccionaria. La historia de las sociedades explotadoras evidencia que muchas ideas, expuestas por personalidades de la cultura, representantes de la clase dominante, pueden contener una verdad objetiva, reflejar acertadamente las necesidades objetivas del progreso social y tener trascendencia imperecedera.

Reflejando el mundo desde determinadas posiciones de clase, cualquier ideología reviste un carácter clasista, pero toda la cuestión reside en saber hasta qué punto, en el momento histórico dado, expresa fielmente la realidad. Lenin previno en más de una ocasión contra el serio peligro de la vulgarización, que surge, por ejemplo, allí donde se valen de nociones no históricas como “burgués”, “ideología burguesa”, «cultura burguesa”, etc. A este respecto dijo: «A menudo esta palabra se entiende entre nosotros en forma absolutamente incorrecta, estrecha y antihistórica, vinculándola (sin distinguir las épocas históricas) con la defensa egoísta de los intereses de una minoría.» (18)

Es notorio que las personalidades de la cultura burguesa, que luchaban contra la ideología religiosa reaccionaria del feudalismo, hicieron un gran aporte al acervo de la cultura mundial y que el proletariado actúa como el heredero y continuador de lo mejor que legó el capitalismo en la esfera de la cultura.

En la sociedad de clases la cultura espiritual reviste un carácter clasista. Este es un axioma del marxismo leninismo. Pero, ¿qué quiere decir esto? Esto significa, en primer lugar, que en la cultura espiritual de la sociedad clasista existe siempre un determinado contenido ideológico de clase. Esto quiere decir también que a la cultura espiritual de la sociedad de clases le son inherentes funciones sociales correspondientes y una finalidad práctica clasista. Pero, al mismo tiempo se debe tener en cuenta que no todos los componentes de la cultura espiritual tienen un carácter clasista. La ciencia, por ejemplo, es parte importantísima de la cultura. Estigmatizando implacablemente a nuestros adversarios ideológicos como «sabios recaderos de la clase capitalista”, Lenin decía al mismo tiempo: «… no darán ustedes, por ejemplo, ni un paso en el estudio de los nuevos fenómenos económicos sin tener que recurrir a los trabajos de estos recaderos… » (19) Con mayor motivo estas palabras de Lenin atañen a las ciencias naturales y técnicas, las cuajes, aunque lleven implícitos determinados momentos ideológico-filosóficos clasistas, no pueden quedar resumidos a éstos, pues siempre se asientan en un determinado material concreto, generalizan dicho material y, además, son imposibles sin los métodos de investigación inherentes a una u otra ciencia.

Vladímir Ilich Lenin enseñaba, en relación con los científicos burgueses, que “no puede ser creída ni una sola palabra de ninguno de esos profesores, capaces de realizar los más valiosos trabajos en los campos especiales de la química, de la historia, de la física…» (20), cuando se trata de sintetizar concepciones teóricas de carácter general. Pero, al mismo tiempo, indicaba la necesidad de utilizar en provecho del socialismo sus descubrimientos, separar el contenido objetivo de la ciencia (que se hereda y desarrolla) de las estratificaciones ideológicas de orden clasista (que se separan y se desechan).

A este respecto tenemos forzosamente que recordar la actitud de Lenin, ante el sistema de Taylor. Según Lenin, dicho sistema unía la ferocidad refinada de la explotación burguesa y una serle de riquísimas conquistas científicas al analizar los movimientos mecánicos en el proceso laboral, al excluir movimientos superfluos e inhábiles, al elaborar los métodos de trabajo más convenientes, y aplicar los mejores sistemas de contabilidad y control. Apreciando el papel del sistema de Taylor para la organización científica del trabajo, Lenin dijo: “La República Soviética debe adoptar, a toda costa, las conquistas más valiosas de la ciencia y la técnica en este dominio” (21).

El socialismo tampoco puede mantener una actitud nihilista respecto a las realizaciones del arte de épocas pasadas. El nacimiento, por ejemplo, del arte humanista está ligado con la época del afianzamiento de las relaciones burguesas. Mas esto no presupone que el humanismo sea una ideología exclusivamente “burguesa”, puesto que desde su mismo comienzo era una expresión de protesta contra el carácter inhumano de las propias relaciones burguesas. El arte de la sociedad socialista hereda y asimila en forma crítica estas ideas humanistas y evoluciona apoyándose en las concepciones artísticas y estéticas progresistas y en las tradiciones creadoras realistas, utiliza los medios y procedimientos técnicos de creación artística y, lo que es particularmente importante, la cultura artística socialista hereda las propias obras artísticas como modelos inigualables de valor estético y monumentos de la cultura de siglos anteriores.

Notas

(1) V. I. Lenin. Obras completas, Ed. Cartago, t. XXX, pág. 410.

(2) Id., ibíd., t XXXI, pág. 24.

(3) Mao Tse-tung. Obras escogidas, t. 4, pág. 161.

(4) Id., ibíd., pág. 163.

(5) La gran revolución cultural socialista en China, ed. I, Pekín, pág. 15.

(6) Mao Tse-tung. Obras escogidas, t. 4, pág. 140.

(7) Id., ibíd., t. 3., pág. 251.

(8) Mao Tse-tung. Obras escogidas, t. 3, pág. 253. Hay que prestar atención a que estas manifestaciones del “gran timonel” no concuerdan en modo alguno con su afición a las imágenes y citas extraídas de los clásicos chinos.

(9) Llevar hasta el fin la gran revolución cultural proletaria, Pekín, 1966, pág. 33.

(10) J. E. Vidal «¿A dónde va China?”, L’Humanité, 26 de setiembre de 1966.

(11) Wenyi Pao, 9 de enero de 1963.

(12) Guangming Ribao, 29 de junio de 1966.

(13) Idem, 8 de agosto de 1966.

(14) Es curioso que hasta 1965 la prensa china aún hablaba con respeto de la obra literaria de Dostoievski. Sin embargo, la propaganda oficial china comienza a ver ahora en las obras de Dostoievski elementos “perniciosos para el régimen existente”, lo que sirvió de pretexto para estigmatizar a su traductor Shao Ch’uan-lin como “cómplice del revisionismo contemporáneo”.

(15) Renmin Ribao, 28 de octubre de 1958.

(16) Guangming Ribao, 13 de junio de 1966.

(17) Renmin Ribao, 12 de julio de 1966.

(18) V. I. Lenin. Obras completas, ed. cit., t II. pág. 512.

(19) Id., ibíd., t. XIV, págs. 360-361.

(20) Id., ibíd., t. XIV, pág. 360.

(21) Id., ibíd., t. XXVIII, págs. 466-467.